viernes, agosto 20

No era Gatorade



Mi despertador me ha sobresaltado esta mañana antes de las nueve. En plenas vacaciones. Un hecho inédito que, sin un tren que coger o un avión al que subirme, constituye un colosal sacrificio. La cosa tenía su truco. Se trataba de encender la tele y ponerme a las órdenes de Paquillo: si marchaba lejos de las medallas, me volvía a la cama; si conservaba opciones, me tocaba preparar café. Así que me ha tocado enfilar el pasillo rumbo a la cocina mientras él hacía lo propio hacia el estadio olímpico, con su famosa cubierta de Calatrava. Ha merecido la pena, aunque el oro haya volado a Italia (qué mal llevo lo de que nos ganen estos tipos).

A veces me vuelvo un resultadista, lo confieso. Y lo que Paquillo Fernández se merece es apoyo incondicional, a prueba de desvelos, cafés y despertadores. Es un luchador y ha vivido meses muy duros. La plata le ha sabido a oro, aunque el italiano le haya batido por apenas 20 metros. Lástima que el de Guadix llegase mermado al último kilómetro. Lástima que, al final los vómitos le estuvieran ya asomando por la campanilla. No, lo que estaba haciendo nada más cruzarla línea de meta no era escupir Gatorade. En cualquier caso, enhorabuena a este fenómeno. “Mi palmarés es impresionante”, ha dicho en la entrevista con TVE sin el menor asomo de prepotencia, con la sencillez de quien agradece a la fortuna que haya sabido compensar sus esfuerzos. No era Gatorade.