miércoles, agosto 25

España, temida y temible

La selección de balonmano cayó como suele hacerlo (o solía, ya ni eso) la de fútbol: después de un gran partido en el que, por momentos, llegó a rozar las semifinales con la yema de los dedos. Y en los penaltis. A pesar de la exhibición Barrufet, colosal, heroico, España murió seca, incapaz de embocar una sola vez desde los siete metros. Una lástima, porque el equipo había logrado transmitir buenas vibraciones en la primera fase y transformar en ilusión el escepticismo inicial. Al revés, los hombres del waterpolo siguen con vida pese a sus deslices, que han sido varios. Gracias a una carambola: Grecia ganó a Italia. Lástima que otra selección anfitriona, la de baloncesto, no nos hiciera un favor semejante. El rival en cuartos será el más temido: Estados Unidos. Es el premio que recibimos por acabar la primera fase invictos y primeros de grupo.

Cierto es que Estados Unidos no es insuperable. Ha perdido con Puerto Rico, de paliza, y Lituania. Deambula por Atenas como un caótico conjunto de egos que hace años se hubiera paseado sin excesivos problemas. Pero no ahora. En medio de la era de mediocridad que gobierna el baloncesto FIBA, los jugadores europeos (y chinos, y argentinos, etc.) superan todos los listones. Han incorporado a su repertorio un plus competitivo que muy pocos habían conquistado antes. Adquirido en Estados Unidos, trasciende lo técnico y otorga un don vital: elimina complejos. España lo tiene en Pau Gasol y, por contagio, en sus compañeros. Algunos fueron campeones del mundo junior en el 99, doblegando, precisamente, a los americanos, y repitieron hace dos veranos en el mundial (senior) de Indianapolis, con la quinta plaza en juego. Son los americanos los que deben temer a España. De hecho, ya la temen. La todopoderosa NBC ha modificado el horario del partido para alejarlo de su audiencia, a la que esta “constelación” NBA sólo le provoca sonrojo. Cuando se produzca el salto inicial, en Nueva York serán las 7:30 de la mañana y en Los Ángeles las 4:30. La primera batalla está ganada. Lástima que, para luchar por las medallas, sólo valga la segunda. España también puede ganarla.