viernes, julio 30

Levantar la cabeza

Hay quien opina que, si el barón de Coubertin levantara la cabeza, quedaría horrorizado al descubrir la monstruosa criatura en que las peores pulsiones del hombre han convertido el espíritu olímpico que él alumbró. Que renegaría de esa gigantesca maquinaria que mezcla dinero y política (como si alguna vez caminaran por separado), que vomitaría al ver a los héroes del Olimpo en manos de las grandes marcas, las mismas que esclavizan a miles de niños en el tercer mundo. Y varios espantos más.

Otros creemos que el bueno de Pierre, que no deja de ser un aristócrata, engordaría 30 kilos de golpe y porrazo si hiciera tales comprobaciones. Estaría encantado con su invento, entre otras cosas porque ni él fue Mahoma ni los Juegos son el Corán. Se han adaptado, han crecido, han evolucionado. Sus cifras engordan cita tras cita: más países, más deportistas, más audiencia, más ingresos; mejores marcas (sí, también más dopaje). No hay que darle más vueltas: el barón tendría motivos para estar satisfecho. Quienes crean que aquel espíritu olímpico es compatible con el siglo XXI sí que deberían levantar la cabeza y descubrir qué tipo de mundo tienen a su alrededor. Pensar lo contrario es ser más antiguo que el mismísimo bigote de Coubertin.